Vacas, cerdos, guerras y brujas es un amenísimo estudio que aspira a una mejor comprensión de las causas de los estilos de vida. Sobre todo de los estilos de vida aparentemente irracionales e inexplicables. Harris aborda esta misión con cautela y erudición, habitualmente derribando verdades que creíamos incontrovertibles, incluso desmitificando muchos estudios antropológicos de campo por su falta de objetividad científica.
Algunas de estas costumbres enigmáticas aparecen entre pueblos sin escritura o “primitivos”. Por ejemplo, los jactanciosos jefes amerindios que queman sus bienes para mostrar cuán ricos son. Este capítulo resulta el más divertido y también uno de los más enjundiosos, pues Harris demuestra que los pueblos tribales, apegados a la naturaleza y al espíritu, son tan o más materialistas y consumistas que los habitantes del primer mundo.
Otras costumbres pertenecen a sociedades en vías de desarrollo, entre las cuales mi tema predilecto es el de los hindúes que rehúsan comer carne de vaca aun cuando se estén muriendo de hambre.
El capítulo dedicado a las brujas y a cómo se originaron, haciendo hincapié en las torturas que se infligían a las sospechosas de practicar brujería o de mantener relaciones con el demonio, es especialmente truculento por sus pasajes explícitos.
Y también resulta interesante el capítulo dedicado a ofrecer razones por las cuales cabe suponer que estamos equivocados en cuanto al contenido de las enseñanzas de Jesús: él no era tan pacífico como se suele creer, y sus verdaderas enseñanzas no representan una ruptura fundamental con la tradición del mesianismo militar judío.
Sin duda, Harris ha elegido deliberadamente caso raros y controvertidos que parecen enigmas irresolubles. Casos tan curiosos que invitan al lector a devorar las páginas, a pesar de que estemos hablando de un ensayo de antropología, per se un tipo de libro alejado del lector convencional. Pero es un ensayo, en efecto, y Harris no se queda en la superficie, profundiza en los motivos poco claros que han llevado a las gentes de todos los rincones del mundo a desarrollar costumbres y estilos de vida aparentemente excéntricos.
Finalmente, la conclusión que uno puede extraer de estas causas es casi siempre la misma: el ser humano es esclavo del lugar donde nació, de sus genes, de su herencia cultural y de la selección natural.
Por ello, a pesar de las apariencias y los mitos, las grandes ciudades (incluso en sus barrios más conflictivos) son paraísos comparados con los índices de violencia y crímenes violentos que se suceden en gran parte de las tribus ancestrales, como los Yanomami, que nada saben de videojuegos o películas violentas, de falta de disciplina de los profesores, de destrucción de valores o de ateísmo. Algo que nos tendría que hacer reflexionar.
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