13 de septiembre de 2010

El Chacal de Nahueltoro




La tarde del 20 de agosto de 1960, Valenzuela, alias "El Canaca", estaba borracho y ansioso de que regresara pronto de San Carlos su conviviente, Rosa Rivas, de 38 años, quien había viajado a cobrar la pensión de viudez.


A toda costa quería seguir bebiendo, pero como no tenía ni una chaucha en sus bolsillos contaba con ese dinero para seguir con su solitaria juerga en el rancho que tenían levantado en el campo. La mujer y su prole habían sido desalojados de la casa que tenían asignada en un fundo, luego de que al patrón no le gustó que se emparejara con el alcohólico trabajador.

Y fue el destino, ese azaroso camino que sorprende, el que tenía escrito que el hombre se convirtiera en uno de los asesinos más sanguinarios de nuestra historia.

Debido a razones burocráticas, ese día su pareja no pudo cobrar la pensión que recibía por su fallecido marido, con quien tuvo cinco hijos. Pero el analfabeto campesino creyó que todo era una mentira de Rosa para impedir que continuara la ingesta de vino tinto. Y su violenta reacción no se hizo esperar.

Con su guadaña en ristre, Valenzuela se abalanzó sobre la mujer, cocinera del Fundo Moticura, y la mató con alevosía. A continuación, y completamente enceguecido, fue en busca de los pequeños. El primero en ser asesinado fue un bebé de pocos meses, quien se encontraba al interior del improvisado inmueble.

A los otros niños los persiguió por el campo y uno a uno fueron cayendo en sus manos.

Una vez que concluyó la matanza, y en forma inexplicable, el enloquecido chacal puso piedras sobre cada uno de los cadáveres, tras lo cual huyó del sector.

Quelo Dinamarca, dueño del Fundo Chacayal, encontró los cuerpos de las seis víctimas y avisó a la policía. Un mes después, carabineros detuvieron a "El Canaca" en una ramada.

Tres años pasó el campesino en la cárcel de Chillán, hasta que la justicia estimó que debía pagar con su vida los crímenes que llenaron de sombras a Nahueltoro, comuna de Coihueco.

La condena a muerte del "Chacal" desató una gran polémica en su momento, la que con el correr del tiempo se activó cada vez que un criminal enfrentaba al pelotón de fusilamiento. "Lo que él pudo aprender fue fantástico en 32 meses de cárcel. El que aprende es el que quiere aprender. Había en él elementos valiosos", señaló Eloy Parra, sacerdote de la zona que lo acompañó hasta el día de su muerte.

Aunque los presos le temieron a su llegada al penal de Chillán, se trabó entre ellos una férrea amistad. Durante los tres años que duró el proceso y que estuvo en la cárcel, Valenzuela se arrepintió de los crímenes y abrazó la religión católica. Además, aprendió a leer, a escribir y a fabricar guitarras.

Sin embargo, el indulto presidencial nunca llegó. No se tomó en cuenta que el hombre había dejado atrás su salvajismo.

El 30 de abril de 1963 las balas acabaron con su vida. Desde esa época hay una animita en el Cementerio de San Carlos.



Este es el punto de partida de un suceso de la crónica roja que estremeció la opinión pública a comienzos de los 60. En Nahueltoro, cerca de Chillán, José del Carmen Valenzuela Torres, afuerino (campesino que va de un lugar a otro buscando trabajo temporero) analfabeto y alcoholizado, durante una borrachera asesinó con un cuchillo a su ocasional conviviente y las cinco hijas de ésta, incluyendo una criatura de pocos meses. El grupo pernoctaba a campo traviesa luego del desalojo de la mujer viuda y su prole, del rancho que habitaban.


El Chacal de Nahueltoro es una de las tres películas más reveladoras del llamado Nuevo Cine Chileno, que floreció a fines de los años sesenta. Miguel Littin se basó en la vida de José del Carmen Valenzuela Torres, acusado y condenado a muerte por el asesinato de una mujer y sus cinco hijos. El triunfo de esta realización hecha con muy pocos recursos, estuvo en acercarse al personaje con respeto y cariño, para realizar una obra que se encuentra entre lo más premiado del cine nacional.

Al Chacal de Nahueltoro se lo debe entender como parte de la eclosión del Nuevo Cine Latinoamericano y Chileno, movimiento que surgió del Primer Festival de Cine y Encuentro de Cineastas Latinoamericanos, efectuado en Viña del Mar en 1967. Allí un grupo de realizadores del continente manifestó la urgencia de hacer un cine distinto, con sus raíces puestas en la realidad del subdesarrollo, y comprometido con el cambio político y social.


Exponente fiel de la convicción de que el cine podía ser un importante instrumento para la toma de conciencia revolucionaria en una época de grandes convulsiones, el debut en el largometraje de Miguel Littin - tal como Valparaíso, mi amor (Aldo Francia, 1969) - es una suerte de 'documental re-creado' cuya realización se apegó a los métodos usados por el neorrealismo italiano.

Tras una acuciosa investigación en terreno, Littin escribió el guión que fue sufriendo modificaciones en el curso de la filmación. El rodaje utilizó las locaciones reales en las que ocurrieron los hechos (el lugar del crimen, la celda, etc.), y todos los textos que se escuchan son oficiales: entre ellos, el expediente de la causa judicial y entrevistas de prensa al asesino múltiple.

El relato se inicia con la detención del Chacal. Su interrogatorio por el juez instructor de la causa, sirve para enlazar sucesivos raccontos que reconstruyen la infancia de José, su vagar por el campo como adulto marginado socialmente, cómo conoce y se une a Rosa Rivas, y el brutal crimen. Este último, mostrado en toda su ferocidad, es sin duda el momento más impresionante y logrado del filme. Más adelante, en la cárcel, el reo es acogido por los otros presos, y mientras se prolonga el juicio, José aprende a leer y escribir, domina un oficio (hace guitarras), se vuelve católico y va a misa.

En el tramo final, el asesino es condenado a muerte, recibe asistencia espiritual del capellán de la cárcel, es entrevistado por un periodista, que también entrevista al juez. Espera hasta último momento un indulto presidencial, pero es fusilado. La película describe minuciosamente el procedimiento de la ejecución. Esa secuencia es la más débil de la cinta, ya que en ella Littin, perdiendo la mirada 'objetiva', busca subrayar su tesis acerca de la hipocresía de un sistema judicial que castiga con la muerte a un asesino arrepentido que ha llegado a ser otro hombre. En suma, la hipocresía de una sociedad sin interés en eliminar la marginalidad y miseria que originan un crimen como éste. En esta sección aparecen giros propios del melodrama, y el mismo lenguaje cinematográfico - que hasta ahora utilizó la cámara en mano y largos planos-secuencia - pierde su fuerte sentido indagatorio.

Claramente el filme no es sólo un logro personal de Littin, sino obra de un equipo, en el que destacan la dirección de fotografía, el montaje (a cargo de Pedro Chaskel) y el elenco. En ese sentido, sobresaliente es la interpretación protagónica de Nelson Villagra, cuyo desempeño borra la distancia entre actor y personaje; identificado totalmente con Valenzuela Torres, su actuación se convierte en el eje de interés del relato.

 

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