El gobierno Obama fue elegido con la promesa de llevar adelante una política ambiental más correcta y para eso contó con el apoyo de sectores de la elite norteamericana anti W Bush como Al Gore y también con las ilusiones de sectores ambientalistas con cierta influencia en la opinión pública. Prometió no liberar la explotación de petroleo en aguas profundas, promesa que duró solo hasta marzo, cuando Obama autorizó la explotación de aceite en aguas profundas en el golfo de México. La gigante petrolera British Petroleum accionó sus plataformas en la costa norteamericana y poco después, el 20 de abril, vino la explosión de la plataforma submarina Deepwater Horizon en la costa americana (región del golfo de México) con la muerte oficialmente asumida de 11 obreros, heridas graves en otros tantos y el desencadenamiento del mayor accidente de la industria petrolera norteamericana de todos los tiempos.
Es también el mayor accidente ambiental de la historia de Estados Unidos. Todavía chorrea petroleo en los mares de la región, al menos 20 mil barriles por día, siendo que el total chorreado ya pasa los 100 millones de litros lanzados desde una pérdida a casi dos kilometros de profundidad. La pesca fue prohibida en casi la mitad de las aguas del golfo. La marea negra viene destruyendo a gran escala formas de vida en las playas, en las águas y en las profundidades. La imagen del pelícano cubierto de petroleo recorre el mundo. El crimen ambiental y humano es absoluto. La mancha de aceite (marea negra) ya es más de dos veces mayor que Jamaica y tres intentos de detener la pérdida ya fracasaron. En todo ese proceso, los Al Gore no tienen nada para decir y el gobierno Obama es la cara de la impotencia y, evidentemente, el sistema que él encabeza es el verdadero problema. En el mejor escenario serán tirados a los mares poco más de 100 millones de litros, y en el peor, más de 400 millones. Para hacerse una idea, el naufragio del barco Exxon Valdez, en 1989, en Alaska, el peor accidente petrolero hasta la fecha, tiró al mar 40 millones de litros de aceite.
En primer lugar, esa situación, que impacta en forma dramática a toda esa región que va desde el estado de Alabama, Misuri, Luisiana, llegando hasta Florida y extendiéndose hacia las profundidades del mar y en dirección a los países del Caribe más próximos, situación que se agravará desde ya con el inicio de la temporada de huracanes que dura hasta noviembre, tiene menos de accidente y más de tragedia anunciada, previsible. Están saliendo a flote, junto con la pérdida de toneladas de petroleo, documentos que denuncian a British Petroleum como conocedora desde el año pasado de que los revestimientos metálicos podrían ceder en aguas profundas y que los mecanismos de prevensión de explosiones tenían posibilidad de fallar en aquellas condiciones.
El mismo lobby imperialista que era la cara del gobierno W Bush integra el gobierno Obama y viene presionando por la extracción y control mundial de las reservas de aceite en medio de una crisis mundial del sector de de las reservas estratégicas disponibles para Estados Unidos. En los mares del golfo de México el gobierno autorizó que se explote petroleo más rápido y más profundamente como parte de la misma crisis de demanda de combustible fosil, materia prima esencial para el funcionamiento de su maquinaria de guerra y de su estrategia económica. Esa misma dinámica tiene que ver con la invasión a Irak, a Afganistán y la presión que ejercen sobre los países que controlan reservas, como México, Venezuela, e incluyendo a la brasileña Petrobrá, en la que parte de la torta, de las ganancias, ya va corrientemente hacia el capital imperialista. No por casualidad la reacción de Obama fue debil (no fue más allá de la multa de 69 millones de dólares contra BP) y por más que haya elevado el tono no escapa de los límites de una reacción impotente contra la empresa que posee vínculos con la célebre Halliburton, de Chenney, vice de W Bush. Obama llegó a denunciar la relación “corrupta” de la agencia reguladora con la industria del aceite, pero no fue más allá de eso aún bajo la fuerte crítica de sectores estratégicos del propio partido, que hablan de “estupidez política” de Obama en esta cuestión del desastre ambiental, cuestión hoy llamada el “Katrina de Obama”.
Pero la realidad es que ningún sector del establishment norteamericano tiene una salida para el problema. La solución solo podría venir del movimiento de los trabajadores que exijan la confiscación de las gigantes del aceite y su control por los obreros deteniendo así la lógica empresarial de la ganancia, de la extracción más rápida y a cualquier costo humano y ambiental.
Ese mismo debate debe ser lanzado en Brasil, donde Petrobrás, en estrecha alianza con el capital imperialista, se lanza a profundidades aún mayores en el fondo del mar (el pre-sal está a casi dos km de profundidad, similar al golfo de México, y aún tiene por delante kilómetros de roca), se lanza a desafíos y dificultades de extracción mayores por lo tanto, y no hay control obrero de la producción, prevalece la misma presión política por buscar aceite a cualquier costo y, además, tenemos antecedentes de accidentes provocados por la empresa y que respondió a ellos en forma ridícula. Este fue el caso del derrame de aceite en 2000, en el río Iguaçu y también en la bahía de Guanabara, además del hundimiento de la plataforma P-36 en 2001. En el caso del derrame de petroleo, hasta hoy las poblaciones de aquellas regiones así como el medio ambiente, las plantas y animales, sufren las peores condicciones sin cualquier solución eficaz y urgente por parte de Petrobrás. Tenemos un debate actualísimo a llevar adelante en los sindicatos ligados al petroleo a través de comités de trabajadores combativos y en las organizaciones de clase en general en la perspectiva revolucionaria de detener la marea negra del capitalismo.
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