Bourdieu parte del análisis de La educación sentimental, de
Flaubert, para mostrar de qué modo opera la literatura en el descubrimiento de
las estructuras de la realidad. Defiende la posibilidad que las ciencias
sociales tienen de utilizar la obra literaria y su campo para definir esas
estructuras de la realidad que la literatura sólo descubre velándolas. Y
muestra la ausencia de contradicción entre la reivindicación de la autonomía
del campo literario y la posibilidad de una crítica sociológico de este campo.
El análisis sociológico no atenta contra la autonomía del campo, sino que la
asume como punto de partida, incluso como condición necesaria para que el
análisis sea efectivo. Y la defensa de la autonomía se extiende al trabajo del
intelectual y al campo de los intelectuales, definido al final del libro como
un corporativismo de lo universal.
El texto de Bourdieu, con el que arranca su libro Las reglas
del arte, trata de desarrollar la hipótesis según la cual La educación
sentimental restituye fielmente la estructura del campo social de la cual esa
misma novela es producto. Al hacerlo, asume la eficacia del proyecto realista
flaubertiano, si bien reconoce la necesidad de completar sus logros mediante un
análisis sociológico que permita el desenmascaramiento de las estructuras
sociales que subyacen a las interacciones sentimentales frente a las que
habitualmente se han detenido quienes han realizado el análisis desde un
“sentido literario”.
La educación sentimental es, como se le echó en cara a
Flaubert en su momento, “un trozo de vida”. Relata el proceso de maduración de
Fréderic, un joven provinciano, estudiante de derecho a expensas de su madre,
quien recién llegado a París, se enamora de la señora Arnoux, mujer de un
editor de una revista de arte y vendedor de cuadros. Este amor imposible
condicionará toda la vida del protagonista, a quien Flaubert retrata como un
personaje incapaz de implicarse profundamente en nada: la economía (los negocios
que le propone el señor Dambreuse), la política (su candidatura a diputado) o
los juegos de la alta sociedad. Fréderic es un personaje que, literalmente,
pasa por la vida. Flaubert se encarga de construir su narración de modo que el
tiempo transcurra rápidamente, sin grandes cambios. Incluso la revolución de
1848 se desliza sobre la vida de Fréderic sin afectarle mayormente. Sin
embargo, como observa Bourdieu, esa apariencia de naturalidad, ese “trozo de
vida” es el resultado de una “magia evocadora de palabras aptas para hablar a
la sensibilidad y para conseguir una creencia y una participación imaginaria
análogas a las que atribuimos habitualmente al mundo real”. “El efecto de
realidad”, añade Bourdieu, “es esta forma muy particular de creencia que la ficción
literaria produce a través de una referencia denegada a lo real designado que
permite saber rehuyendo saber de qué se trata en realidad.
La lectura sociológica rompe el hechizo y saca a la luz la
estructura del espacio social en el que se desarrollan las aventuras de
Frédéric, resulta ser también la estructura del espacio social en el que su
propio autor está situado.” Lo hace habitualmente, atravesando los velos de esa
“ilusión (casi) universalmente compartida” que llamamos realidad social. Lo
hace en este caso, atravesando el “hechizo” de una creación narrativa que
consigue reproducir fielmente esa ilusión. La utilización de los términos
ilusión y realidad que Bourdieu realiza se sitúa en dos niveles. En el campo
social, la ilusión literaria se opone a
la ilusión compartida (realidad social), de la que en este caso es “reflejo”.
En el campo literario, la ilusión personal se opone a la realidad social
reproducida, de la que es antagonista (tanto en el caso de Fréderic como en el
caso de Madame Bovary o de Bouvard y Pécuchet). Lo real sería aquello que
resquebraja la ilusión en cualquiera de sus niveles, aquello que provoca la
experiencia amarga en el ámbito literario y el conocimiento científico en el
ámbito sociológico. Pero lo real escapa a la representación: toda
representación lo es siempre de una ilusión, más o menos compartida, a la que
denominamos realidad.
De modo que, podríamos distinguir al menos tres niveles en
el campo de la construcción realista: lo real, la realidad (ilusión compartida)
y la ilusión (segunda realidad). En el análisis de Bourdieu, lo real se
identifica con la estructura social. Pero en otros análisis podría ser
identificado con el espíritu racional (idealismos), la materia (realismo
crudo), la vida (realismo impresionista). La realidad es “el referente
universalmente garantizado de una ilusión colectiva”, que sirve como garantía
para la evaluación del resto de las ficciones; es la representación o
composición en que la sociedad se concibe, que incluye lo real, pero disponiéndolo
de un determinado modo. Finalmente, estaría la “illusio”, la segunda realidad,
no compartida, sino reservada a unos pocos, o incluso a uno solo, esa realidad
en la que deciden vivir los principales personajes novelescos de Flaubert.
Bourdieu procede estableciendo un esquema del campo del
poder segúnLa educación sentimental: los personajes se dividen en dos ámbitos:
el del arte y la política, de un lado, y el de la política y los negocios de
otro. En la intersección de ambos campos se encuentra el protagonista,
Frédéric, sobre el que Flaubert proyecta gran parte de sus preocupaciones y sus
gustos.
El campo del poder es descrito por Bourdieu como un campo de
juego: “las posesiones, es decir el conjunto de propiedades incorporadas,
incluyendo la elegancia, el desahogo o incluso la belleza, y el capital bajo
sus diversas formas, económica, cultural, social, constituyen bazas que
impondrán tanto la manera de jugar como el éxito en el juego, en resumidas
cuentas todo el proceso de envejecimiento social que Flaubert llama “educación
sentimental”.
Gran parte del estudio de Bourdieu está dedicado
precisamente a la constatación de eso que él llama la “adolescencia” de
Fréderic. La adolescencia es ese momento en que aún no se ha “entrado en la
vida”, en el que aún no se han aceptado “las reglas del juego social” y se
persiste por tanto en dar la espalda a la realidad, aferrándose al territorio
de la “illusio”. “Entrar en la vida”, como se suele decir, es aceptar entrar en
uno u otro de los juegos sociales socialmente reconocidos, e iniciar
elcompromiso inaugural, económico y psicológico a la vez, que implica la
participación en los juegos serios que integran el mundo social. [...] Fréderic
no consigue comprometerse en uno u otro de los juegos de arte o de dinero que
propone el mundo social. Rechazando la illusio como ilusión unánimemente
aprobada y compartida, por lo tanto como ilusión de realidad, se refugia en la
ilusión verdadera, declarada como tal, cuya forma por excelencia es la ilusión
novelesca en sus formas más extremas (en don Quijote o Emma Bovary, por
ejemplo). La entrada en la vida como entrada en la ilusión de realidad
garantizada por todo el grupo no es tan evidente.
Según Bourdieu, la negativa de Fréderic a “entrar en la
vida” es indicio de una impotencia para tomarse en serio lo real, pero también
consecuencia de su cobardía, de su miedo al fracaso. Desde esta perspectiva, la
construcción del mundo imaginario en la que se empeñan tanto Fréderic como Emma
no son más que el resultado de su incapacidad para intervenir en lo real. ¿En
qué medida el bovarysmo afecta también al propio autor de la novela? A juzgar
por el retraimiento de Flaubert, su vida de retiro en la provincia y su amor
por el Arte (en cuanto “mundo de ficciones” donde “todo es libertad”), cabría
pensar que también él habría estado afectado por la enfermedad de la
adolescencia, ese desfase entre el envejecimiento biológico y el envejecimiento
social que sufren sus personajes. Y, sin embargo, la diferencia es clara: si
Fréderic rehúye “entrar en la realidad” por cobardía, por temor al fracaso en
el interior del campo social elegido, el autor, dueño de su campo, el
literario, decide voluntariamente recluirse en él y hacer de la literatura un
duplicado de la realidad, un mundo tan bien estructurado como el real. Al
contrario que Fréderic, Flaubert entra de lleno en el “juego serio” de la
literatura, ocupando así un lugar definido en el interior del campo social, del
campo de la realidad. Lo peculiar de este campo es que permite a sus habitantes
la práctica de una actividad en que la “illusio” tiene una función en el ámbito
de la realidad.
De modo que la adolescencia, despreciada como síntoma de
impotencia y cobardía en el campo social (o en el interior del campo de la
ficción literaria en cuanto reflejo del social), puede convertirse en un rasgo
valioso de carácter en el interior del campo artístico.
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