29 de diciembre de 2011

Fredrik Barth - Los grupos étnicos y sus fronteras: la organización social de las diferencias culturales

Aunque para muchos hay un antes y después de Fredrik Barth en el estudio de las cuestiones étnicas, sería mucho más justo decir que este antropólogo de origen alemán representa la confluencia de por lo menos tres grandes tradiciones teóricas: la británica, la norteamericana y la escandinava, y que es precisamente esta confluencia la que daría un nuevo giro a los estudios sobre identidad y etnicidad.
Nacido en 1928, Barth estudiará antropología en Chicago y en Londres, para recibir más tarde su Ph.D. por la universidad de Cambridge en 1957. Hizo trabajo de campo en Irán, Irak, Pakistán, Sudán y Noruega, y ha enseñado en universidades de EEUU, Australia y Gran Bretaña, pero probablemente su mejor momento está vinculado a su práctica docente en la universidad de Bergen, donde toma contacto con una serie de investigadores que lo familiarizarán con los puntos de vista escandinavos sobre estas temáticas.
En Chicago, tuvo la oportunidad de conocer la obra de Erving Goffman(1) y otros interaccionistas interesados en cuestiones de identidad y estigmatización social. Londres y Cambridge lo prepararon en economía y antropología ecologica.
Cuando Barth escribe su “Introducción” a Los grupos étnicos, todos estos elementos (y un conocimiento profundo de materiales etnográficos claves) entrarán en juego. La afirmación básica de Barth es que es necesario hacer un replanteo de la forma en que se ha manejado hasta fines de los sesenta la noción de grupo étnico.
Según él –y en esto no se equivoca-, la expresión grupos étnicos ha sido utilizada en la literatura antropológica para designar a comunidades que:
     1. En gran medida se autoperpetúan biológicamente.
     2. Comparten valores culturales fundamentales con unidad manifiesta en formas culturales.
     3. Integran un campo de comunicación e interacción.
     4. Cuentan con miembros que se identifican a sí mismos y son identificados por otros, constituyendo así una categoría distinguible dentro de categorías del mismo orden.

Sin embargo, el uso de esta definición de tipo ideal no estaría muy lejos de la proposición tradicional que afirma que ciertas características somáticas = una cultura = una lengua, y que una sociedad = una unidad que rechaza o discrimina a otras. No obstante, -piensa- con ciertas modificaciones bien puede ser útil para enfrentar todavía situaciones etnográficas si es que se lleva a cabo un cambio de énfasis. Este cambio de énfasis no tiene tanto que ver con el contenido mismo de estas afirmaciones, como con la necesidad de adecuarlas a las exigencias empíricas. No deben ser los hechos los que deban ajustarse a la teoría sino, por el contrario, la teoría a los hechos.

A partir de allí, y en clara alusión al conocido trabajo de Raoul Narroll (1964), Barth objetará –y a la vez propondrá- tres cosas a la perspectiva tradicional:

  1. Debe hacerse fundamentalmente hincapié en que los grupos étnicos son categorías de adscripción e identificación que son utilizadas por los actores mismos y tienen, por tanto, la característica de organizar la interacción entre los individuos.
  2. En vez de trabajar por medio de una «tipología» de la forma de los grupos étnicos y sus relaciones, hay que explorar los diferentes procesos que en cada caso han participado para la generación y conservación de los grupos.
  3. Para poder observar estos procesos, debe desviarse el foco de la investigación de la constitución interna y de la historia de los grupos étnicos para centrarlo más bien en los límites étnicos y su persistencia.

Así pues, esta concepción de los grupos étnicos como categorías de adscripción-identificación será la respuesta “a lo Chicago” de un problema que más que tener que ver con la escuela escandinava debe asociarse en todo caso a la pregunta que se hace Edmond Leach (2) –y a través de él a toda la escuela británica- en Sistemas políticos de la Alta Birmania: ¿es posible mantener los esquemas descriptivos que hasta ahora se han utilizado para dar cuenta de ciertos límites en las realidades sociales que los antropólogos estudian? Shan y kachín –reflexionaba Leach- se han tratado siempre en sí mismos como totalidades aisladas. Las monografías sobre los kachín ignoraban a los shan, y viceversa. “Sin embargo, los kachín y los shan son en casi todas partes vecinos contiguos y en los asuntos ordinarios de la vida participan muchas veces juntos”.

Los materiales empíricos que citará para mostrar la viabilidad de su programa estarán en parte representados por su propia experiencia con grupos pathanes y baluches en las regiones adyacentes a Afganistán y a Pakistán occidental, pero quizás la parte más sustanciosa de la demostración no esté allí, sino en los trabajos de algunos de los colegas con los que se conecta a partir de Bergen: Harald Eidheim, Gunnar Haaland, Henning Siverts. Refiriéndose a los lapones de Finmarken al norte de Noruega, Heidheim trabajaría sobre la posibilidad de que la identidad étnica funcione como un estigma social y, a través de ello, permita la reproducción de determinadas estructuras sociales. Haaland, sobre cómo los factores económicos han sido determinantes en los procesos establecidos entre dos grupos étnicos del Sudán occidental, los fur y los baggara; pastores los primeros, agricultores de azada los segundos. Y Siverts, finalmente, sobre la estabilidad étnica y la dinámica de límites en los Altos de Chiapas al sur de México, lugar donde conviven ladinos, tzotziles y tzeltales.

De todos estos trabajos, los de Haaland y Siverts van claramente mucho más allá de la definición de Barth, planteando incluso que los factores infraestructurales podrían tener un lugar bastante más destacado que el mero hecho de la adscripción-identificación. Quizás por esto, y desde mediados de la década del setenta, algunos antropólogos suecos y noruegos comenzarán una aproximación muy peculiar al marxismo que dará nuevamente un giro de interés a una de las escuelas de antropología social teóricamente más atractivas del siglo veinte.

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